domingo, 2 de diciembre de 2012

RECREACIÓN DE: EL SUEÑO DE CHUANG TZU





Un día el humilde Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar de ese sueño ya no sabía si era Tzu que había soñado que era una mariposa, o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.





Chuang Tzu había tenido un día muy duro. Trató de relajarse después de la cena con la taza de té, que le trae su mujer al sillón donde está sentado. La mira. Ella permanece junto a él de pie, le pasa suavemente su otra mano por un muslo, y la invita sin decirlo, a ubicarse a su lado. Es el agente de relaciones públicas de una firma muy importante. -¿Sabes?, no sé si debería seguir con este trabajo. –Pero, ¿qué dices, amor? Eres respetado y muy requerido, no deberías olvidar que estamos en un país extranjero. No sobra la labor aquí, y encima somos, y nos son extraños, sus habitantes.
-Precisamente a eso me refiero, debo tratar con mucha gente vanidosa, soberbia. Hombres de poder. Debo tratar con ellos y convencerlos de lo que hacemos, convencerlos de que nuestros autos son los mejores. Hoy he sentido una invasión interna, pero me pasa a menudo con ellos. No soporto sus miradas despectivas, como si fuesen los dueños del mundo. Me molestan sus risas en voz alta. Sus miradas burlonas.
-Te entiendo. Perdona a esta mujer que no sabe escuchar.
Ambos se abrazan y se quedan así cada uno en sus pensamientos, descansando. Luego suben la escalera que los lleva al dormitorio, dejan entreabierta la ventana, para que entre la luz de la luna dice él, y lo ayude a descansar.
No sé bien qué hora de la noche es, pero me levanto de la cama, la miro a ella dormir, y mi pecho se contrae, se contrae de tanto amarla, todo yo parezco muy pequeño ante sus piernas blancas y sedosas, y esa mansedumbre que la arrulla. Está sobre su costado izquierdo. Una de sus pantorrillas se apoyada en una de mis nalgas. Me maravilla nuestra intimidad, somos algo que el ojo ajeno no puede mirar, no puede perturbar ni acechar.
¡Pero mi cuerpo está junto a ella! ¿Quién soy yo? Intento taparla y no puedo, intento una caricia y no puedo. Entonces me poso sobre ella, luego sobre la foto de la familia que cuelga sobre un mueble, y emprendo mi vuelo hacia la ventana.
Ya ha amanecido, me reflejo en un charco de agua fangosa, mis alas brillan con la luz del sol, doradas con pintas naranjas y violetas. Vuelo cortito y me subo a una mochila, de allí, a la cabeza de su dueño. Éste da un manotazo para atraparme, pero yo sigo y me quedo mirando desde una planta.
Mi familia está toda en fila, afuera de una choza, Lee, mi mujer, está arrodillada frente a un soldado, que la mira libidinosamente. Hago piruetas en el aire, para distraer su atención. -Mira bicho no sabes con quién te estás metiendo, por muy bonita que seas, eres de estos lugares, así que a mí no me importan tus colores, no veo si eres bella, sólo veo al enemigo y tú también lo eres. Y me apuntó riéndose.
Chuang Tzu se despierta agitado, ¿ha sonado el despertador? La habitación da alivio, mira dormir a Lee que comienza a despertarse.
-¿Qué sucede ya es la hora?
-No. No. Tuve una pesadilla. Duérmete tranquila, aún falta para el amanecer. La abraza tiernamente, casi apretándola hacia su cuerpo. Se nota transpirado. Tiene que descansar, sin embargo no quiere volver a dormirse. Se afloja suavemente de Lee, se pone de espaldas y observa fijamente la fotografía de su familia. Pone los brazos bajo su cabeza y piensa en el linaje que teje su sangre. Sus ojos van cerrándose.
Sigue apuntándome mientras los otros golpean a mi padre. Escapo, no muy lejos. Los míos están allí. –Déjate de pavadas, ¿vas a gastar balas en una mariposa? No seas ridículo. Mientras estamos rodeados por estos “chinos” de mierda!
Desesperada vuelvo a revolotear, tengo que distraerlos. ¡Tengo que sacar el arma de la cabeza de mi padre! Me paro en el casco de uno de ellos. No se da cuenta. Entonces voy hacia el tarro de arroz que está en la puerta de la choza, veo cómo manosean a Lee y se ríen, y se ríen, otro grita –Déjamela un ratito antes de terminar con ella. Otro agrega-¿Y por qué tienes que ser tú primero? Me doy cuenta que tengo vista simultánea, y veo cómo le asestan un machetazo en la cabeza a mi hermanito, que cae al suelo ensangrentado. Uno de ellos se resbala en el fangoso terreno y cae también. Con furia, como si ella tuviese la culpa de su caída, toma a mi madre de los pelos y la arrastra hacia una cueva. Un agujero inmundo, al que le levanta la tapa enrejada, hecha de cañas, y la tira adentro. –Vas a pudrirte entre las ratas, total son de tu familia, hasta que te quememos junto con tu choza.
-Chuang Tzu, por favor, despierta. ¿Qué te sucede? Es temprano aún, tienes que descansar.
-Lo sé. Pero he vuelto a tener la misma pesadilla.
-Ven, acomódate. Abrázate a mí.
-Duérmete tú, que también madrugas. Yo lo intentaré. Pero déjame echarle una mirada al cuadro, necesito verlos, recordarlos.
Vuelo desde el tarro de arroz hasta las rejas que tapan a mi madre. Quiero verla. No puedo. Es un agujero profundo. Tampoco escucho nada. Ningún sonido. Resistirá. Ella se adapta a todo.
Chuang Tzu se levanta, va a la cocina a tomar un vaso de agua. Se siente mal. Como si todos los nervios de su cuerpo estuvieran siendo maltratados. Vuelve al dormitorio. Pasa la mano por la foto de la familia, como en una caricia lejana. Mira la cama. Teme acostarse. Pero se repone y lo hace.
Mi hermana mayor y Sao Tsen, su marido, están siendo torturados. No gritan. Yo vuelo enloquecida de un lado para otro, me le poso en el hombro del que está golpeando a Sao Tsen, lo provoco con mis alas, me tira un manotón. Pero otro de los soldados que sale de adentro de la casa, que viene sonriéndose e invitando a los otros a entrar, (veo que Lee no está allí afuera) me caza. Mis alas son apretadas una con otra y nunca hubiese imaginado que doliera tanto. Me desespero por soltarme cuando escucho: -Tienes una puntita filosa por allí que me des? –Este cuchillo tiene punta de bisturí.
-Será suficiente.
Chuang Tsu se retuerce en la cama. Su cuerpo dolorido lo hace gritar.
Lee se despierta asustada con sus quejidos. Lo ve envuelto en un sopor, todo su cuerpo sudado, lo sacude para despertarlo. Él le alcanza a decir entre dormido:- Me duele mucho el cuerpo.
Está agujereando cada una de mis pintas de colores. Ahora me doy cuenta de que me está haciendo pequeños tajitos en el cuerpo, no puedo resistir el dolor,
Me retuerzo sobre mí, me siento tan pequeña, no sé cómo escapar. Miro a mi alrededor, el suelo está lleno de barro y el olor a sangre invade el lugar. Lenguas de fuego salen de sus armas quemándolo todo. Allá arriba todavía puedo ver las lejanas colinas. Tan lejanas.
Quisiera poder gritar, pero no está en mi condición. Escucho carcajadas. Ojos curiosos se pegan a mi cuerpo, mirándome lascivamente.
Se me ha oscurecido el mundo bajo la bota de un soldado. Bajo la bota de un hombre.

Norma Aristeguy

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