domingo, 17 de febrero de 2013

DISTORSIÓN. (Reflexiones)




Obra de: Fred Calleri.


De pronto me he puesto a reflexionar sobre la palabra distorsión. He podido comprobar lo fácil que es su logro, ahora con la tecnología es más probable aún. Se distorsiona una imagen, una palabra, un hecho. Y voy a detenerme aquí.

Distorsionar los hechos es como distorsionar el momento, el segundo, el destino, la vida. Porque es probable que quien lo haga sea en su beneficio. ¿Qué beneficio? El que tiene que ver con su imagen, con su persona, con su ego. Es éste un paquete que trae emociones, sentimientos, percepciones, actitudes, creencias, ideologías.

La distorsión provoca varios fenómenos, por así decirlo, uno sería la discusión que puede convertirse a la vez en pelea.

Las palabras que se oyen no son las que el otro dice sino las que se quieren oír, esto lleva a quien las dijo a que desee aclararlas, cosa que el que oye no le permitirá, insistirá en lo que cree haber escuchado y responderá en consecuencia.

De ahí a la negación (otro de los fenómenos) hay un paso muy pequeño, pues quien niega la realidad está distorsionándola.

Estas distorsiones en las que generalmente interviene la palabra como medio para llegar a un fin, sella situaciones encontradas, puede ser que el que escucha sea
portador de un sueño interno y reciba lo que oye como si escuchara la realización de lo
soñado. O por el contrario, que lo escuchado sea recibido como un arma que destruye su fantasía.

La distorsión también puede darse desde la ansiedad que provoca una desatención en el significado y quien oye pero no escucha, trastorna las posibilidades de reparación, tal como en el mito de Orfeo y la muerte de Eurídice.

Restar el significado o cambiarlo es esconderse detrás de una máscara en medio de un corso, por donde tendrá acceso el caos en el que acechan los extremos.

La distorsión del significado tanto del emisor como del receptor conlleva aparejada, la ausencia de un sentido de vida propio, más allá de lo que se está discutiendo, más allá del hoy, del ahora. Es querer convencer al otro de algo que es, o no es.

Hay palabras claves para interpretar un contenido, una de ellas es “seguridad”, que es sabido que no existe, otra puede ser “respeto”. No obstante, ¿de qué seguridad se puede hablar partiendo de que la verdad es relativa?

¿Desde qué respeto se habla si sólo se intenta focalizar una realidad que reafirme y provea un sentido de vida, que llene el permanente agujero que deja la duda?

El silencio es otro vehículo que puede transportar a la distorsión de los hechos, ya sea del que lo emite que aprueba o reprueba, o del que lo recibe ejerciendo el mismo poder según las circunstancias. El silencio puede llevar por caminos intrincados en un laberinto del que no se logra salir.

Quien habla y se escucha a sí mismo para la reafirmación de su propia fantasía, provoca con su narcisismo el silencio impotente del otro, en un juego perverso del que ya es víctima y que tarde o temprano tendrá que reconocer. O tal vez no, tal vez siga siendo un preso de sus insatisfacciones.

La distorsión se muestra como un problema importante cuando se expande en la cadena humana, y se multiplica como un fantasma oculto que ataca en forma premeditada erosionando los afectos más puros e inocentes.


Norma Aristeguy


sábado, 9 de febrero de 2013


NOCTURNO


Cerrar la ventana. Recogerse. Entregarse a la noche, a sus
misterios, a sus sorpresas. Inclinarse al silencio y a la maravilla de la intimidad. Correrse del anhelo y la mirada huracanada de los otros. Gritar desde los pensamientos.
Acallarse. Reposar.
Sentir al alma despojarse, llorar, reír, acomodarse a ella y acurrucarse en el sueño de los hijos. Arropar su indefensión, su ingenuidad y amarlos, amarlos a solas, al tenue aliento de sus boquitas siempre infantiles, aunque sean ya hombres o mujeres.
Todo calla. El mundo es nuestro. Sin la intromisión de la verdad ajena, del juicio sin valor.
Soledades que bailan en recuerdos a nuestro alrededor, sólo porque son invocados, invitados a la orgía nocturna de imágenes somnolientas.
Observar la larga fila de sombras en el techo de la casa que nos cobija y dejarnos llevar por el mundo de las ideas. Recordar...
Envolvernos al abrigo íntimo de la fantasía, en un hilo finísimo que sólo teje la oscuridad del futuro, travieso y agazapado, inevitable y de groseras dimensiones.
Sostenido compás de espera hacia la desintegración. Pero no hoy, ni ahora.
Me estiro perezosamente en la danza quieta y sensible de algún ruido lejano.
El bostezo precede a la entrega. Me dejo llevar.
Dormir, con el permiso de nadie.
Recién mañana volveré a abrir la ventana y compartiré otra bocanada de luz y de espacio, en el cotidiano y soleado deambular.


NORMA ARISTEGUY